La documentación histórica sitúa los orígenes del croissant sobre el año 1680. Concretamente en 1683 la ciudad austriaca de Viena se ve fuertemente asediada por el ejército otomano que desde hacía años se enfrentaba al Imperio Austro-húngaro; en una de sus tácticas de guerra decide cavar durante la noche un túnel que por casualidad pasa por debajo de un obrador de panadería. Alertados por los ruidos, los panaderos dan la voz de alarma en la ciudad, los turcos se ven sorprendidos y sus planes de conquista se van al traste. De esta forma, tan curiosa, el Imperio Otomano se quedó a las puertas de conquistar una de las grandes capitales de la Europa cristiana en esos momentos.
El entonces archiduque de Austria, Leopoldo I, decide otorgar ciertos privilegios a los panaderos en señal de recompensa y éstos a su vez crean un nuevo dulce con la forma de la media luna presente en la bandera otomana.
Años después, en 1770, el croissant es introducido en Francia por María Antonieta tras una estancia en la capital de Austria.
El croissant tiene su presentación oficial en Francia con motivo de la Exposición Universal de 1889 y es entonces cuando los panaderos vieneses lo enseñan a sus colegas franceses. Éstos cambian rápidamente la formulación y parte del proceso de elaboración y en 1920 el croissant pasa a ser un producto hojaldrado como el que hoy conocemos aunque manteniendo en parte su forma de media luna que lo ha hecho mundialmente famoso.
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